
La señorita se levanta, abre la cabina donde me hallo un tanto desconcertada y me sentencia: Sufre pérdida en oído izquierdo. Imposible le digo y me meto espontáneamente de nuevo en la cabina para que me repita las pruebas. Ella vuelve a la mueca de desagrado. Me mira mal des de la otra parte del vidrio. Le transmito telepáticamente: De aquí no me muevo hasta comprobarlo otra vez. Parece aceptar y manipula de nuevo las teclas.
Me concentro y le doy al pulsímetro todas las veces que oigo sonidos.
Ella se levanta y abre la cabina. La miro expectante. Me repite la sentencia: Pérdida auditiva en el oído izquierdo.
Me voy pensando que me estoy volviendo sorda. Me imagino una viejecita con soniquete y la televisión a toda pastilla, a mis hijos desgañitándose para contarme cualquier cosa. Pero también un mundo silencioso y reconfortante. También diciéndole con gestos a más de uno/a “es que no te oigo” y esbozando una sonrisa interna. Me imagino la próxima noche de San Juan tan ricamente sin sobresaltos . Me imagino sin el sonido del mar y me entristezco y pienso que tengo que ir al “otorrino” para saber que está pasando con mi oído.
Seamos pragmáticas y busquemos soluciones.