19 junio 2006

Hacia la desmesura


Hablemos del goce.
Quiero hablar del goce, porqué la vida en su más profunda manifestación es sufrimiento, valle de lágrimas, fuera del paraíso y por tanto quien a pesar de la condena de vivir en una densidad material en que la única identificación común es el cambio permanente, el sufrimiento y la muerte inevitable; quien (decía) a pesar de eso sepa ser feliz tiene mi mayor admiración y respeto. Lo besaría. Lo podría considerar mi gurú.
Hallar en este camino que os describo espacios, personas, cosas, que nos permitan gozar y (importante) ser consciente del gozo, es un camino sólo reservado a los héroes y a los inconscientes. Y lo sé porqué en esta mi vida por ambos caminos he transitado.
Me pierde el pensar, bien o mal.
El pensar sí.
Si separasen mi cabeza del resto del cuerpo habría un jolgorio, una gran fiesta llena de sentimientos irracionales que se expresarían en una danza primitiva y convulsa. Los brazos se agitarían, los pies se librarían a nuevos y desconocidos pasos. Mi corazón se pondría arrítmico de placer, mis intestinos finalmente descansarían, mi hígado se apuntaría al club de los cirróticos, mis pulmones serían el globo desde donde avistar el maravilloso desaguisado.
Una orgía.
Mientras, mi cabeza en un rincón, trataría de organizar, sin apenas fortuna, todo ese desorden, toda esa entropía que tan libremente se manifestaría por todo mi espacio vital.

Así es como yo lo pienso sentada en mi minimagnífico, mientras espero que el semáforo se ponga rojo de vergüenza otra vez y los coches me piten para que arranque.

No todos sentimos igual.

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