20 junio 2006

Hacia la magia

Los espejos son un objeto mágico.
Ya sé que me repito pero es que es así.
Un objeto que refleja objetivamente una imagen que nosotros reconocemos como propia o ajena, pero la reconocemos.
En uno de mis muchos cumpleaños me regalaron un espejo que está en el recibidor de mi casa y que siempre me refleja esbelta. No exageradamente, porqué si fuera así, no me reconocería y el espejo perdería su valor de objetividad. Solo un poco esbelta. Comprenderéis porqué siempre salgo de casa contenta.
Son mágicos como os decía.
Pero además el espejo contiene todas las imágenes depositadas en él desde que lo adquirí. Un día cambié, por antiguo, creo recordar, un espejo que formaba parte de un antiguo tocador de mis padres y con el tiré todas mis imágenes de niña. Aquella niña con mirada estrábica, inquieta, ilusionada, ausente, presente. No fui consciente de ello, pero sé que fue así.
Convocar las imágenes no parece tarea fácil, requiere destreza de mago, astucia de lobo e imaginación de mujer estrábica. Y yo creo tenerlas.
Me pongo delante del espejo con la devoción del novicio para atraer mis imágenes más remotas y declamo pomposamente un sortilegio que no pienso publicar en este blog. Mi mente se pone a vibrar en ondas Beta y aparecen imágenes. Algunas no las reconozco, un señor con traje de alpaca gris con un cigarrillo sin filtro, una gallina escuálida, una bailaora desaliñada, ¿Pero como entraron estas imágenes ahí?
¿De quien será el espejo en donde me miro?

No hay comentarios: