01 junio 2007

De vapores y silencios

Momento silencio, son la 20,30 el sol en el área baja del horizonte se refleja en el lago apacible preparado para la nocturnidad sin alevosía. Sentada en un banco de piedra observo la lentitud del tiempo que tanto y tan bien aprecia mi espíritu, los aromas de los paraísos inundan mi olfato tan sensible ahora por los vapores diarios a los que me somete mi programa diario.
En el vaporarium, un lugar precioso construido en piedra, una cascada natural deja caer el agua termal que provoca un vapor que se concentra en dos zonas; una más densa que ayuda a desatascar las vías respiratorias altas y otra en la que el vapor es más fino y mejora las vías respiratorias más bajas. Allí una mujer menuda se flexiona como si de goma fuere y su cuerpo musculoso y fibrado parece el de una mujer joven, pero ella tiene 62 años.
Mis otros compañeros de vaporarium son mayores de cuerpo y no sé si también de alma. Una lección, yo si puedo elegir voy a ser como Marisa que así se llama la joven mujer mayor. La felicito y le pido la fórmula y donde se vende y me dice lo que yo ya creo saber y no practico: disciplina hasta que el ejercicio se convierte en necesario. O sea: Hay que hacerse adicta a las endorfinas y punto. Lo cual me provoca otra controversia: ¿Necesito yo otra adicción?
El paseo de tarde-noche es espectacular por su quietud, placidez y recuperados olores a campo. Cuanto tiempo sin olerlos.

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