14 junio 2007

Los sueños

Bienvenida, dijo el almirante para recibir a bordo a Claudia, su ahijada predilecta. Tras de ella un atractivo hombre de color (negro) cargadísimo de maletas y de una risueña sonrisa buscaba la mirada complaciente del militar, pero éste ya se había vuelto de espaldas y caminaba embelesado por los ojos y el perfume de la mujer.
El hombre de color (negro) se percató de que por el horizonte unas nubecillas grises iniciaban el crecimiento exagerado que las convertiría en densidad y tormenta. Se percató que el diluvio que se avecinaba movería el barco hasta la nausea y que del centro mismo del núcleo tormentoso aparecería un rayo que se clavaría en el corazón del valiente pero embelesado almirante que intentaba, sin éxito, poner un poco de orden en semejante situación. Se percató que ante la angustiosa actividad del “salvesequienpueda”, él podría ser el héroe que salvase a la chica del abrumador desorden tormentoso, protegiéndola con sus fuertes brazos de las aguas procelosas y amenazantes par decirle: Te salvé.
Así que cuando iba a dejar las maletas en el camarote, un grito le avisó de que los acompañantes debían abandonar el barco, por eso corrió a esconderse donde siempre se esconden los polizones, aunque quien esto escribe ignore de qué lugar se trata.
El hombre sabía que despues de la tormenta llegaría la calma

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