26 mayo 2007

De las aguas que curan al primer descubrimiento

Mientras vivimos somos en un gran porcentaje agua, en la muerte polvo.
Toda el agua de mi cuerpo se siente en armonía con las aguas en la que constantemente está en contacto, desde ese encuentro entre los elementos acuosos el cuerpo manda sobre la mente que no está alborotada, que aparca las cuestiones para que no interrumpan el placer del bien estar, de la respiración entre vapores, del contacto con los chorros de agua que brotan por doquier con una alegría olvidada en la rutina de una vida urbana atrapada por la cotidianidad.
En este lugar alejado de los milagros y a la vez milagroso se respira la cultura del bienestar, esa antigua cultura hedonista que tan mal hemos transformado en este siglo de modernidad y rapidez . Sus jardines se abren para los pasos. Son jardines pensados para el paseo, con un pequeño laberinto a modo de fantasía por el que nadie podría perderse, ni siquiera yo misma, tan predispuesta siempre al despiste.
Sumergida en la manera de entender la salud nuestros antepasados que venían a “tomar las aguas” lo que ahora se llama “terapia hidropínica, todavía personas mayores vienen a tratarse en las termas sus dolores en una combinación de creencias y apasionada fe.
Por mi parte básicamente siento, aunque mi propósito era pensar me abro a la experiencia del sentir, de entender al cuerpo “yo” que me está acompañando y que no suelo tenerlo demasiado en cuenta. Me permito disfrutar de una naturaleza pura pero cuidada, de espacios pensados para el confort y aires elevados y no contaminados.
El cierzo sopla con la majestuosidad que le imaginaba y desde la ventana los árboles tiritan y danzan de frio, la temperatura asusta a la colonia Inserso que prefiere, como yo, el sol
Lejos quedan las elecciones y toda esa palabrería que se repite.
Lejos del mundanal ruido y por aquí abiertos al silencio y al rumor de las aguas que curan.

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