11 febrero 2007

Una cierta secillez

Una tarde de verano de hace algún tiempo conversaba con mi amiga Mercè sobre la imprevisibilidad de las cosas y de la vida. Lo hacíamos a través de un cuento en el que el protagonista, un viejo campesino al que le van sucediendo distintos avatares en su vida que se van entrelazando. Las personas de la aldea juzgaban los hechos que le sucedian al viejo de buena suerte unos y de mala suerte otros. El viejo siempre contestaba los mismo, buena suerte, mala suerte vete tu a saber.
Cuando me enteré de la muerte de la hermana menor de la princesa Ortiz, pensé en el cuentito y en esa conversación. Pensé en la familia de la fallecida, una familia de clase media como la mía, luchando, dando estudios a sus hijas para que fueran mujeres independientes, dándoles cariño para que se sintieran seguras, pero de pronto, un día una de sus hijas les da la noticia que se ha enamorado del hombre que, si no lo remedian los republicanos, será el rey. Una de sus hijas, la mayor será la reina de España. Que pelotazo!!!!!
La niña será reina. Y se casa y la familia de clase media, luchadora, trabajadora, progresista, se relaciona con otra familia (más rarita, menos progresista) pero real (de realeza) y todo se convierte en como mínimo extraño (o así me lo imagino) como si viviesen en un globo irreal: “la niña se casa con el príncipe y mi suegra será la reina y mi suegro el rey. Mi nieto o mi nieta será también un rey o una reina. Un cacaomaravillao o al menos yo lo creo así.
Miedo y felicidad y aturdimiento. Que poco se podían imaginar que tres años más tarde, el mayor desgarro que unos padres pueden vivir (la muerte por suicidio de una hija) les esperaba.
¿Cuanto dolor debe de vivir alguien para renunciar al placer de ver crecer a su hija, de abrir los ojos a la sorpresa de un nuevo día, a recibir caricias, a dar besos, a disfrutar de aquel paisaje cotidiano y profundo que se hace íntimo y que no es explicable, la renuncia al secreto, el viento en la cara….?
Demasiada intensidad para una familia que, seguramente, no pretendía más que ayudar a sus hijas o nietas a ser felices. Seguramente el cuento de hadas hoy les sobra.
Tal vez hasta valoran la sencillez.

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