02 noviembre 2005

Entre antiguas fotografias

Ayer mi madre apareció por casa con un viejo álbum de fotos que yo recordaba haber mirado con gran deleite cuando fui niña. Se trata de un álbum apaisado con las tapas de piel de serpiente, las cartulinas interiores grises y con puntos de enganche para las fotos. Para protegerlas, entre cada página, un blanco papel de seda transparente, ahora con manchas marrones que ha tiznado el paso del tiempo. Escrito con una letra gótica impecable (la de mi madre) sobre algunas páginas grises, unos títulos como “Un día en la Playa” o “En la Montaña”. Allí aparecen fotos de una joven entre los 16 y los 22 años, feliz, divertida, disfrutando de una juventud que aunque por la época, mediados los 50, debió de ser muy difícil, no parecía condicionarla demasiado.
Veo una persona de mirada penetrante, bailando, tomando el sol, disfrazada de hurí, acompañada por sus amigos y amigas. Una joven junto a su inseparable cámara de fotos de bacalita, con funda de piel, que disparaba sobre escenas para que hoy sus hijas, o sus jóvenes nietos se hayan fijado en aquella joven mujer tan independiente, tan decidida, tan bella, tan fuera de lo común para aquella época y también para mí.
Por la noche, ya con más calma, volví a repasar cada una de las fotos intentando asomarme a aquella vida que iba evolucionando en aquellos espacios por los cuales unos años más tarde iba yo a nacer. Pero todavía no. Aquel ahora era el momento en que Teresa disfrutaba del mar, de sus amigas y amigos, del baile y de las risas. Más tarde la tristeza la secuestró, pero ahí, en aquellas fotos, dentro de ese mundo, todavía no. Todavía la vida le reía y todo parecía moverse con la rapidez con que se mueve el mundo en la juventud, cuando todo requiere futuro y en éste nunca parezca pintar bastos.
Siento una sensación extraña y una ternura inmensa hacia esa joven de la que nací y de la que he sido testigo de su maduración y ahora de su vejez. Siento al ver las fotos una comprensión de mi madre que va más allá de lo que aquí puedo describir y que me emociona sin saber demasiado por qué. Tal vez a veces los interrogantes no tengan que ser necesariamente atendidos. Tal vez ahora sólo sea momento de sensaciones, de reencuentros, de que se manifieste el intenso amor que siempre he sentido por esa mujer inteligente, decidida, culta, que es mi madre. Tal vez ver toda una secuencia de vida, mi madre joven, mi madre vieja, me sitúa ante la principal verdad de los humanos: cambiamos, perdemos fuerza vital, morimos. Pero ayer noche la vida a través de las fotos parecía pararse en aquellos años de posguerra donde ella era feliz.
Cuando Teresa apareció ayer con el álbum de su juventud, nos quiso decir a todos: Yo también fui joven, yo también fui bella, alegre y sentí ilusiones.
En la imagen Aseret de la exposición La veu estrábica

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta tristeza tuve el domingo mirando las fotos y cuanta tristeza me producen tus reflexiones.
En que momento y cual fue la causa que ensombrecio su vida.
Quizas nunca lo sabremos
Que pena!!

Anónimo dijo...

Que orgullosa estarà la teva mare del teu escrit. Quina imatge més bonica dónes d'ella.
Sentiments positius fan pensaments positius. O és a l'inrevés...