21 junio 2007

Las Bazas

La mejor baza que tenía en sus manos se fue. Él miro en todas direcciones buscándola desesperadamente, pero no la encontró, ni siquiera un halo para seguirle la pista. Las buenas “bazas” cuando huyen suelen dejar un rastro de infinita ternura, que como se sabe, tiene un color más o menos purpúreo (ver foto que se adjunta). Pero ella extrañamente, no dejó señal alguna.
Durante toda su vida había intentado encontrar una baza buena, de esas que te abren las puertas de tus objetivos más deseados y para eso había iniciado un estudio muy arduo basándose en los tratados más conocidos sobre las Bazas (de ahora en adelante con mayúsculas, lo veo más apropiado); por ejemplo había estudiado “El hábitat de las Bazas y de las buenas Bazas” o “Las Bazas en su ámbito más gregario” o “Estudios sobre las oportunidades que se pierden: Las Bazas en todos los contextos” entre otros. Después de años de empeño sólo le cabía dar con una, cazarla previa trampa y retenerla en cautiverio de oro hasta observar las mejoras que la Baza traía a su hasta ahora pequeña vida.
Un día cuando fue a ponerle la comida, (las Bazas buenas comen singularidades ilusorias, las Bazas malas no lo sé, nunca me he interesado por ellas) al abrir la jaula, la Baza decidió largarse, porqué seguramente no vio que aquel fuese realmente su hogar por dorada que fuese su prisión, aunque el talante del hombre tan perseverante, le hiciera merecedor de conseguir su ahhelado objetivo. Son librepensadoras las buenas Bazas.
El hombre, tras darse cuenta de que no podía perseguirla sin hallar rastro alguno, vendió su colección de libros de Bazas y compro un “Tratado de Coaching para lerdos”. Entre las cortinas de la habitación, la Baza escondida le sonrío.
Ella ya había cumplido.

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